top of page

La Macarena

Vía de la consolidación

 

El transporte, el comercio y la vida cotidiana del municipio de Mesetas y de algunas veredas de San Juan de Arama, en el Meta, cobraron vida con la construcción del primer tramo de la Transversal de la Macarena. La antigua trocha donde se enterraban los buses y camiones se transformó en una amplia y moderna carretera.

 

En la Macarena

Veinte kilómetros de pavimento transformaron la vida de dos municipios

José Navia

 

Las aguas del río Güejar espejan a lo lejos con el sol de la mañana. Se deslizan apacibles en medio de potreros y colinas de escasa vegetación.

 

José López, el conductor de la camioneta Uaz, modelo 88, pisa el freno al llegar a una curva. Las cantinas de leche tintinean en la parte posterior del vehículo, a pesar de que van aseguradas con sogas a la carrocería de madera. Descendemos por un camino veredal de San Juan de Arama, en la región del Ariari.

 

En la camioneta también viaja Yesid Niño, el dueño de la finca La Ponderosa. Nació en El Líbano, Tolima, pero sus padres lo trajeron cuando tenía 5 años. Ellos, y otros cientos de campesinos huyeron en esa época hacia los Llanos Orientales para escapar de la violencia.

 

La carretera llegaba entonces hasta Granada. De ahí en adelante solo había bosques baldíos llenos de bichos venenosos y otros animales de monte. Los colonos abrieron las primeras trochas a punta de hacha y machete para transportarse a pie o a caballo, en trayectos que requerían de varios días.

 

 

José Navia

Comunicador Social y Periodista. Nació en Popayán en 1959. Fue cronista del diario El Tiempo durante diecinueve años, siete de ellos como editor de crónicas y reportajes. Es docente en el Programa de Periodismo de la Universidad del Rosario y colaborador de diversos medios. Ha ganado premios de periodismo como el Rey de España, Sociedad Interamericana de Prensa, Simón Bolívar y CPB. Es autor de El lado oscuro de las ciudades, Historias nuevas para la ropa vieja y Confesiones de un delincuente. 

José Navia

Ahora, ya cincuentón, Yesid Niño es uno de los 57 socios de la Asociación de Productores de Leche Fénix del Ariari. Fue creada hace tres años con apoyo del Gobierno. La asociación logró consolidarse gracias a las obras que transformaron en una moderna carretera la antigua trocha que comunicaba a San Juan de Arama con Mesetas, en el occidente del Meta.

 

Aunque son apenas veinte kilómetros, la llegada del asfalto comienza a transformar todas las dinámicas de la región. Desde el tránsito de motos y bicicletas hasta la producción de maíz, frijol, plátano y otros productos que ahora pueden ser transportados a Villavicencio en menos de tres horas.

—Antes uno se podía demorar hasta cuatro horas para ir nomás de Mesetas a San Juan. Eso era un lodazal. Hasta los caballos se enterraban en el invierno —me había dicho la tarde anterior un campesino de Mesetas.

 

El pavimento ha tenido, incluso, la virtud de cambiar el ánimo de los habitantes de esta región.

—Pues le cuento que nosotros estamos pensando en comprar más ganado y en hacerles unos arreglitos a las casas —dice Yesid Niño, quien viaja a una reunión para definir el reglamento de los préstamos que Fénix del Ariari les comenzó a otorgar a sus socios.

 

En el horizonte aparecen, difusos, los techos y terrazas de un caserío.

Yesid Niño señala a través del panorámico.

—Ese que se ve allá, por encima de esos árboles, es el municipio de Mesetas; hasta allá nos tocaba llevar la leche y el queso antes de que pavimentaran.

 

Luego señala hacia la cuenca del río Güejar. Parece más una quebrada debido al verano. La escasa corriente fluye lenta entre arenales y troncos secos estancados en la corriente.

—Cuando el río estaba así, bajito, uno pasaba con las bestias sin problema y en quince minutos salía a Mesetas —dice Yesid Niño.

— ¿Y qué hacían en invierno?, le pregunto.

—Ese sí era un problema muy verraco. A veces uno bajaba con las bestias y era imposible pasar. Tocaba botar la leche y devolverse con el queso y echárselo a los perros.

 

La camioneta entra en un bosquecito de maleza y guadua; Yesid cuenta que, de todos modos, cuando los campesinos sacaban demasiado queso a Mesetas los mayoristas no lo compraban.

—Nos tocaba “callejiarlo” por todo el pueblo. Tocaba vender a dos mil pesos la libra de casa en casa y, a lo último, a mil con tal de no botarlo —dice.

 

Yesid Niño guarda silencio por unos minutos. Es trigueño, fibroso, de manos ásperas y gestos decididos. Lleva bluyín y botas pantaneras. El hombre se había subido al carro minutos antes en la finca El Darién, cuyo dueño, Alfonso Bonilla, es un colono de Fusagasugá. Hasta ese sitio llegó la camioneta a recoger la leche de tres socios de Fénix del Ariari. Dos de ellos, Yesid Niño y Arnulfo Suárez, habían cabalgado desde sus fincas hasta el punto de recolección. Llegaron con el rostro enrojecido por los rayos del sol. Las cantinas de leche venían en otro animal, aseguradas con cuerdas de polipropileno a las angarillas de madera.

 

José López parqueó en reversa junto al establo y se bajó a recibir la leche. Entre los tres reunieron 169 litros. López anotó en su planilla y aseguró las cantinas a la carrocería.

—Usted no se imagina la tranquilidad que le da a uno saber que le recogen la leche todos los días aquí mismo en la finca y que tiene asegurada su platica cada quince días —dice Alfonso Bonilla.

 

Descargue esta crónica en PDF

bottom of page