San Andrés
Generación de energía
En 1963 se instalaron las primeras plantas de luz en la isla de San Andrés. Fonade lideró este proceso, posibilitando que la isla pudiera disfrutar de este servicio. Con el paso de los años estas plantas fueron siendo reemplazadas por otras modernas. A principios de los años 1990 Corelca firmó con Sopesa S. A. E.S.P. la compra de energía para los siguientes quince años, y aumentó la generación hasta superar los 50.000 kilovatios.
En San Andrés
Cuando llegó la luz
Alfredo Molano Bravo
Nació en Bogotá en 1944. De profesión sociólogo, su oficio es recorrer el país hasta sus rincones más recónditos y, a través de sus libros, sus crónicas en diversos medios y sus columnas en El Espectador, muestran la “realidad real” de las gentes que poca o ninguna oportunidad tienen de expresarse y ser tenidos encuenta. Sus obras constituyen la máscompleta cátedra sobre la historiaoral del conflicto y la violencia queha azotado el país desde hace másde cincuenta años, que lo han hechomerecedor de distincionesdentro y fuera del país.
Alfredo Molano Bravo
Nació en Bogotá en 1944. De profesión sociólogo, su oficio es recorrer el país hasta sus rincones más recónditos y, a través de sus libros, sus crónicas en diversos medios y sus columnas en El Espectador, muestran la “realidad real” de las gentes que poca o ninguna oportunidad tienen de expresarse y ser tenidos en cuenta. Sus obras constituyen la más completa cátedra sobre la historia oral del conflicto y la violencia que ha azotado el país desde hace más de cincuenta años, que lo han hecho merecedor de distinciones dentro y fuera del país.
La fila para entrar al avión es el prólogo del viaje: chancletas y viseras, bermudas y sombreros de paja –con flecos–, gafas de marca y colas postizas, abuelos con nietas que van a conocer el mar al mismo tiempo y tías con sobrinas en edad de merecer. La exaltación y el bullicio en la cabina se van debilitando en la medida en que el milagroso aparato toma altura. Y desaparecen cuando una voz, que no se sabe de dónde sale ni qué significa, dice: “10.000 pies”. El resto, silencio, hasta el algo, como llama la mayoría de los pasajeros lo que la línea llama refrigerio. A la hora y media de vuelo se ve el azul marino de la isla, un agua cristalina que provoca beber, aun sabiendo que es salada. Aplausos.
El aparato aterriza, nuevos aplausos. Luego, la aduana. Papeles. No vale solo la cédula. Hay que agregar una especie de juramento de que uno no se va a quedar a vivir en San Andrés ni en Providencia ni en Santa Catalina. Idiomas oficiales: inglés y castellano aunque todos los funcionarios, menos los policías, hablan creol, o kriol, un derivado del inglés antiguo que hablaban marineros y piratas y que hoy identifica a los raizales, los únicos que en el archipiélago vivieron la isla en la intimidad creada por la luz titilante del kerosene.
UNO
Nadie sabe hoy cuando llegó la luz eléctrica. La memoria más antigua es de un médico raizal que estudió en Cartagena en los años 1930. Cuenta que conoció los bombillos cuando, después de tres días en goleta, desembarcó en el puerto de Basurto. Creyó que podían estallar y duró varios meses sin acercarse a ellos. Las goletas llevaban cocos de San Andrés y naranjas de Providencia, frutas que habían sustituido los cultivos tradicionales de algodón y tabaco cosechados con esclavos por hacendados ingleses o por nativos enriquecidos.
La tierra carecía de títulos de propiedad; se heredaba y se respetaban los linderos. No todos cultivaban productos comerciales; la gran mayoría eran estancias de pancoger. La pesca era abundante y se pescaba alrededor de la cortina de coral. Algunos pescadores, los más avezados, salían hasta los cayos a conseguir la tortuga de carey, de la cual aprovechaban solo el caparazón. No había pesca comercial, entre otras razones porque los negros esclavos temían salir mar afuera por el peligro de ser cazados por los comerciantes esclavistas, y revendidos en Cartagena.
Los cultivos de naranja y coco se acabaron unos días antes de llegar las primeras plantas eléctricas, a raíz de una enfermedad llamada cochinilla, aunque algunos dicen que fue una invasión de ratas provenientes de un naufragio. Eran motores a gasolina pertenecientes a familias de linaje: los Newman, los Gallardo y los Archbold. Cuando el estudiante de medicina regresó con el título bajo el brazo, se encendían los bombillos entre las 6:30 y las 9 de la noche. Los raizales de La Loma y de San Luis venían a oír arrancar el motor y a ver el milagro de una luz que derrotaba la tiniebla. Los pastores puritanos, bautistas o presbiterianos usaban el acontecimiento como metáfora para predicar el Génesis. “Y Dios dijo: hágase la luz y la luz se hizo”.
Después volvía la isla a las planchas de hierro, un artefacto pesadísimo que se calentaba sobre una hornilla, o sobre la parrilla de la estufa, y que se debía usar sobre las prendas muy rápidamente porque perdía el calor. Después se usaron otras planchas calentadas con carbón vegetal, pero botaban por sus chimeneas un carboncillo que manchaba los tendidos y la ropa, sobre toda la blanca, la preferida para ir al templo o para las ceremonias. Más tarde, llegaron las Coleman, unas planchas que, como sus hermanas las lámparas, emitían un sonido de aire comprimido al liberarse, un sonido cálido, amable, que no dejaba de inquietar a los viejos porque era necesario limpiar los carburadores con frecuencia para evitar accidentes.
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